En un momento como el actual, condicionado por años de crisis y pandemia, donde la volatilidad y la incertidumbre se imponen, el control de gestión es más necesario que nunca. Sin embargo, cada día que pasa, da la impresión de que la gestión profesional se ha arrinconado en favor del que se está convirtiendo en uno de los espíritus de esta época: contemplar como algo normal el hecho de acometer nuevos gastos sin tener en cuenta de dónde saldrán los recursos necesarios para soportarlos ni cuáles serán sus consecuencias.
Mentalidad alejada del controlling
Esta mentalidad derrochadora y que es un claro sinsentido desde el punto de vista del controlling, podría tener una explicación. El Nobel de economía Robert Schiller, en su análisis sobre el origen de las burbujas, ya señaló que, en una sociedad, los grupos que se comunican regularmente entre sí acaban pensando de manera parecida, generándose una especie de «espíritu de la época» que explica comportamientos similares, aunque puedan estar basados en pensamientos irracionales. Y esto ocurre cuando muchas personas están dispuestas a creer lo que afirma la mayoría o lo que dicen las autoridades, aunque esté en abierta contradicción con lo que dicta el sentido común.
Atentar contra la supervivencia de las organizaciones
El sector público, con objetivos que no van más allá de las siguientes elecciones, es un claro ejemplo de cómo se ignoran los efectos a largo plazo del gasto desmedido, aunque de lugar a una deuda que, de una forma u otra, terminamos pagando los contribuyentes actuales y futuros.
Pese a esta evidencia, resulta llamativo que este criterio también se aplique en organizaciones sin ánimo de lucro donde la gestión está en manos de directivos movidos por intereses alejados del plano económico, así como en otras compañías cuyos gestores no están completamente alineados con la propiedad. En ambos casos, esta práctica atenta directamente contra la propia supervivencia de la entidad, pudiendo conducirla a su desaparición.
En efecto, a veces se emprenden nuevos proyectos justificados por razonamientos cargados de buenas intenciones, pero sin medir la capacidad para poder asumirlos, como si el hecho de que una entidad carezca de finalidad lucrativa justificara también la ausencia de cualquier planteamiento que la conecte con su realidad económica.
Garantizar la sostenibilidad
No podemos olvidar que incluso las entidades sin ánimo de lucro deben perseguir un objetivo de naturaleza económica: aquel que garantice su sostenibilidad. Ignorar esta conexión es uno de los motivos más frecuentes de fracaso y, por eso, también en este tipo de entidades la figura del Controller es fundamental. En la base de toda organización, y eso también incluye a las no lucrativas, hay una realidad económica que la sustenta y que no se debe ignorar, igual que no debemos hacerlo con la ley de la gravedad si no queremos pegarnos un batacazo.
Memoria económica
Para garantizar que las iniciativas salgan adelante, los Controllers han de asegurarse de que todo proyecto se acompañe de una memoria económica. En ella se tienen que especificar los recursos que vamos a necesitar, cómo los obtendremos, qué consecuencias económicas tendrá su puesta en marcha y cómo prevemos que pueda sustentarse en el tiempo. Cuanto más certero sea el análisis, mayores serán las posibilidades de éxito.
Sin duda, es un sano ejercicio analizar periódicamente la realidad de la organización y los proyectos que lleva adelante. Pero más saludable aún es preguntarse, como hizo el escritor Josep Plá cuando contempló los rascacielos de Manhattan completamente iluminados, «¿y todo esto quien lo paga?».